Escrito por el Dr. Angelos Vallianatos
Afrontemos los hechos: 13.5 millones de personas en Siria necesitan asistencia humanitaria. 6.6 millones están desplazados dentro de Siria y 4.6 millones de sirios son refugiados. La mitad son niños. Desde el principio de la guerra civil en Siria, más de 12,000 niños han muerto. Los niños afectados por el conflicto sirio están en riesgo de enfermedad, malnutrición o explotación. Millones de ellos han sido obligados a abandonar la escuela.
La mayoría de los refugiados sirios se quedan en Oriente Medio, en Turquía, Líbano, Jordania, Iraq y Egipto. Alrededor del 10% de los refugiados están intentando trasladarse a Europa. En 2015, 1,015,078 personas, inmigrantes y refugiados alcanzaron Europa por tierra o por mar. 856,723 de ellos llegaron a Grecia por mar. Enero de 2016 fue un mes mortal. En 30 días, alrededor de 235 refugiados se ahogaron o desaparecieron en el mar Egeo.
No hace mucho tiempo, los refugiados estaban viviendo sus vidas, que son como la mía o la suya, ricos y pobres, felices o no, en lugares como el mío o el suyo. De un momento a otro, se les robaron sus derechos humanos básicos tales como la igualdad, el trabajo, la libertad, la comida y el agua, la dignidad, la paz, la educación, la privacidad y el asilo, y se lanzaron a un largo e incierto camino de sueños y esperanzas con el fin de poder recuperarlos.
Para aquellos que vivían cerca de los “puntos conflictivos” de llegada de refugiados, el cambio es demasiado como para fingir indiferencia. Con la distancia a esos lugares, la indiferencia se hace más fácil, pero no deja de ser una postura. ¡No es una cuestión de distancia geográfica! De hecho, es la distancia que uno crea entre “nosotros” y “ellos”. Se trata de cuánto “ellos” son considerados como “nosotros”.
Cuando la distancia existe, la crisis de refugiados consigue provocar miedo que se convierte en conservadurismo. Nos fortificamos a nosotros y a nuestras posesiones para “los nuestros” que nos importan y “los otros” que no. ¡Qué lástima! “Nuestro” mundo común se reduce a las fronteras de los que nosotros consideramos personalmente como “nosotros”, pero así es.
Pero no seamos arrogantes. Hoy es fácil perder (a diferentes niveles) el sentido de comunidad y de compartir. Muchas razones pueden explicar esto, la explicación no es para nada fácil. Así que, como nos preocupamos por “nosotros” y “los nuestros”, pensemos por un momento:
¿Cuánto caracterizan los derechos humanos “nuestras” vidas personales? ¿Cómo de sensibles somos para respetarlos en la vida diaria, en nuestro pequeño núcleo familiar, vecindario o pueblo? ¿En qué medida sentimos responsabilidad personal por cada abuso de derechos humanos que afectan a hombres, mujeres y, sobretodo, a niños y niñas de nuestra vida diaria, a personas que damos por descontadas?
La crisis de refugiados necesita afrontarse de múltiples maneras: necesita paz en las áreas de origen, condena de los agentes que toman ventaja de esta crisis para su propio beneficio, sensibilidad y respeto para las personas que sufren.
Pero, por encima de todo, la crisis de refugiados subraya la necesidad de crear ciudadanos activos en la construcción de la paz en todo el mundo, sensibles a la igualdad y dignidad de todas las personas, sin importar los parecidos o diferencias ni lo cerca o lejos que podamos estar.
La crisis de refugiados es una llamada para la concientización y la acción. Somos todos refugiados, no solo porque algunos de nosotros sufrimos en el camino de su supervivencia, sino también porque ninguno de nosotros, sin excepción, es eterno y permanente en nuestro planeta. Todos estamos en el camino, y lo que importa es la marca, la huella que dejamos en ese camino, como un tesoro y una herencia para los niños y niñas de hoy, para la gente de mañana.
El Dr. Angelos Vallianatos trabaja como Consejero Escolar y como formador de profesores en Atenas, Grecia. Además es parte de nuestro Consejo Interreligioso para la Educación Ética de Niños y Niñas.